El aroma de los libros

Toda transición intergeneracional suele ser un proceso en gran medida traumático, a veces dramático, en el que conviven pros y contras, defensores y detractores, creyentes y disidentes.

Los libros, su producción, distribución y consumo, se encuentran inmersos en la vertiginosa mudanza de la galaxia Guttemberg a la digital, conviviendo por ahora aspectos futuristas con otros milenarios que hacen que los hogares dispongan de libros físicos y otros electrónicos: el mismo título, el mismo autor y el mismo editor están al alcance de la mano o del ratón.

La batalla está servida entre los defensores de uno y otro formato, el trauma está a flor de piel y el drama representa una escena cada día que pasa.

Hoy queremos poner en valor una cualidad residual del tradicional libro de papel, un aspecto poco apreciado tal vez por su intangibilidad, algo que todo el mundo percibe con cierta indiferencia, una seña de identidad que está muriendo sin que mucha gente le haya prestado la debida atención: el olor.

Olor a libro nuevo

La variedad de los productos utilizados en el proceso de fabricación modifica el olor de unos libros respecto a otros.

“El olor a libro nuevo depende en gran medida del papel, las tintas y los adhesivos utilizados para la impresión y la encuadernación”.

El papel se fabrica a partir de madera cuyas moléculas de glucosa se enlazan formando la celulosa, a la que se añaden productos como la sosa cáustica que aumentan el pH del papel y hacen que las fibras se hinchen. Las fibras se blanquean en un proceso posterior con otros productos como el peróxido de hidrógeno y, después, se mezclan en agua con aditivos para modificar las propiedades del papel y productos para el encolado.

Las diferencias del papel, los adhesivos y las tintas utilizadas determinan el olor de cada libro”.

Las tintas están compuestas por pigmentos y colorantes solubles de una parte y, de otra, el barniz, una mezcla de resinas, disolventes y aditivos que actúa a modo de vehículo para transportar el color.

En una tinta pueden intervenir 3 ó 4 tipos de disolventes como disolvente verdadero, diluyente y retardante. El diluyente favorece la evaporación de los disolventes verdaderos y el retardante retrasa el secado de la tinta.

La maquetación y el contenido de un libro influye en la cantidad de tinta a utilizar en su impresión (tipografía, interlineado, gráficos, etc.) y por tanto en la intensidad del olor del producto acabado.

En cuanto a la cola utilizada para encuadernar, tradicionalmente se utilizaba el engrudo, un adhesivo vegetal fabricado con almidón de trigo, de arroz, de patata, de maíz, de yuca… Hoy se utilizan prefabricados compuestos de acetato, vinilo, etileno y otros productos químicos con diferente Ph.

En la encuadernación rústica, la cola se aplica exclusivamente en el lomo, mientras que en la encuadernación de tapa dura se utiliza para el lomo, el forrado de cubiertas y la fijación de diferentes elementos estructurales o decorativos.

Olor a libro viejo

Al igual que sucede con los seres vivos, el olor de un libro varía con el paso del tiempo, emanando en su vejez un característico olor que ha sido objeto de investigación como método para evaluar el estado de los libros antiguos mediante la monitorización de las concentraciones de diferentes compuestos orgánicos que emiten.

“La descomposición química de los compuestos del papel es lo que produce el característico olor a libro viejo”.

El papel contiene, entre otras sustancias, celulosa y lignina, siendo las cantidades de esta última menores en los libros modernos y mayores en los de hace siglos. Ambas sustancias las producen los árboles con los que se fabrica el papel, conteniendo el papel más fino menos lignina que otros más gruesos. En los árboles, la lignina ayuda a unir las fibras de celulosa y de esta forma se mantiene la madera rígida. Además, la lignina es responsable del amarilleo del papel con el paso del tiempo, ya que la oxidación hace que se descomponga en ácidos que ayudan a descomponer la celulosa. El olor a libro viejo proviene de esta degradación química. Los papeles actuales son sometidos a procesos químicos que eliminan la lignina, ralentizando la degradación de la celulosa.

“Las reacciones de hidrólisis ácida producen una gama de compuestos orgánicos volátiles que contribuyen al olor de los libros antiguos”.

Algunos compuestos contribuyen con sus propiedades odoríferas: el tolueno y el etilbenceno (olor dulce), la vanilina (olor a vainilla), el benzaldehído y el furfural (olor a almendra) y el 2–etilhexanol (olor floral). Otros aldehídos y alcoholes producidos por estas reacciones también contribuyen, aunque sean bajos sus umbrales de olor.

Los citados compuestos, una vez desprendidos, son útiles para determinar el grado de degradación de los libros antiguos. Pero algunos, como el furfural, se utilizan para determinar la edad y composición de los libros: los publicados después de mediados del siglo XIX emiten más furfural, aumentando la emisión con el año de publicación en relación con los libros más antiguos compuestos de papel de algodón o lino.

Libros inodoros

Con la aparición de la imprenta digital, el tóner ha sustituido a la tinta como producto de impresión eliminando así uno de los factores más influyentes en el olor del libro, quedando reducido a los componentes del papel y la cola de encuadernación.

Por su parte, la irrupción del libro electrónico ha privado al acto de la lectura de experiencias sensoriales como el tacto y el olor.