Puente del río Güi

Año II de la Pandemia. Dios las cría y ellas se juntan.

Después de maquetar He prolongado el eco, Margaritas en mi pelo, Sin miedo y Perfil del barro, de la escritora Marisi Morales, afincada en Málaga, y del cuento Lizzy y los siete miedos, de Maribel Plaza, también de Málaga, me llega una llamada de auxilio de Lola Valle, otra malagueña amiga de las anteriores.

Lola ha ido escribiendo una serie de relatos a lo largo de varios años y me comenta (a mí, un perfecto desconocido del que sólo conoce el trabajo hecho para sus amigas y las habladurías que Marisi le haya trasladado) algo así:

…Tengo una serie de escritos que no sé si son hojas sueltas o si forman parte de un todo que no llego a ver… …No sé si vale para publicar algo… —dice por teléfono en un tono cartesiano de duda metódica salpicado de cierta angustia unamuniana.

—Mándamelo, lo leo y hablamos”. —Respondo decidido sin saber muy bien con quién hablo ni de qué hablamos.

Mientras recopila los escritos y los agrupa, haciendo la enésima corrección, para enviarlos, leo Grecia. Mi voz antigua, un libro suyo y de Marisi para hacerme una idea del estilo y de la escritora. Buen aperitivo. Y justo después de acabar, me llega el manuscrito.

Para mediados de noviembre, tenía hecha una idea del relato y a primeros de diciembre entramos en faena Lola y yo. Los textos resultaban complejos a la hora de establecer una estructura que, manteniendo la independencia del momento de su escritura, hiciera reconocible al conjunto como un libro. Las instrucciones de Lola resultaron de una eficacia inesperada: sobriedad y secuenciación; título de capítulo, citas, versos de La vida es sueño, algunas fotografías… y poco más.

Para Navidad, previas propuestas y modificaciones, teníamos el primer boceto del libro completo, lo que permitió afinar detalles, hacer las pertinentes correcciones ortotipográficas y darle otras diez o doce vueltas a determinados párrafos, siempre con la duda metódica por bandera.

Mientras resolvíamos las tripas del libro, abordamos el delicado asunto de las cubiertas del libro. Lola tenía una idea innegociable: una fotografía de Sabina Huber, perteneciente a la serie Interiores, dentro de la obra Vacíos del lugar. Se trata de una instalación realizada con plásticos y alambres procedentes de invernaderos, un reflejo de lo que actualmente se puede encontrar en los paisajes que aparecen en los relatos.

Hicimos varios bocetos utilizando la foto en diversas posiciones y diferentes tipos de letra, así como composiciones con elementos transparentes de color contrastado. El resultado es una portada en papel de 300 gr., laminada en mate y con solapas. Tras varias pruebas, decidimos utilizar la fuente Peignot de 70 pt para el título y de 43 pt para el nombre de la autora.

Las tripas del libro llevan papel ahuesado de 90 gr. en formato A5 e impresión en B/N con encuadernación rústica fresada. La maquetación del libro se ha realizado para impresión digital realizada por nuestros medios y otra adaptada a los requerimientos de Amazon, además de preparar el libro para formato electrónico.